Fútbol y franquicia: ¡Hasta la victoria final!
Existe un club de fútbol en Madrid, el Rayo Vallecano, cuyo nombre ya de por sí despierta la curiosidad de quien lo escucha por primera vez; se trate de un niño pequeño, de un extranjero o de alguien poco interesado por el balompié. Curiosidad que se torna casi en perplejidad cuando se le echa un vistazo a la indumentaria de sus jugadores, de un impecable blanco, eso sí atravesado de hombro izquierdo a cadera derecha por una llamativa franja roja, imitando –es un suponer– el fenómeno meteorológico que da nombre a la entidad deportiva.
Pues bien, siguiendo con el cúmulo de circunstancias que hacen singular a este club, su estadio, enclavado literalmente en plena barriada de viviendas –es de suponer que cuando se construyó sería sobre un descampado– mantiene la peculiaridad de ser uno de los pocos estadios de primera división que no cuenta con graderío detrás de uno de sus fondos de portería. Y no por excentricidad, sino porque resultaría absolutamente imposible construirlo al estar tan próximos los edificios que lo rodean. Pero esperen, que ahí no termina su singularidad: fue, esta vez sí, el último campo de fútbol de Europa en retirar las vallas que impiden a los forofos hacer «de las suyas»; es de suponer que por miedo a lo que los exaltados pudiesen hacer en caso de derrota…
Pero hay algo en las «tripas» del estadio que es lo que nos va a permitir hablar de fútbol y franquicia, que al fin y a la postre es para lo que estamos aquí, ustedes leyendo y yo tecleando, ¿no es cierto? Bajo las gradas del Estadio de Vallecas, y separados por ese muro con el eslógan «¡Hasta la victoria final!», conviven dos clubes deportivos, ajenos por completo al mundo del balompié, pero que a su vez nada tienen que ver entre sí: se trata de sendos locales pertenecientes a las madrileñas federaciones de boxeo y ajedrez. Casi nada. ¿Compartirán algo, aparte del agua corriente y la electricidad de los enchufes?
Pues algo similar le ocurre al mundo de la franquicia. O al menos de la española, donde hay una escasa, por no decir nula vigilancia de las autoridades. Y eso hace que convivan enseñas que son poco más que tres docenas y media de amigos de la misma profesión, comandados por un émulo de Alí Babá, que están para «sacar tajada» de un sistema, como el de la franquicia, que sin embargo da cobijo también a marcas serias, con conceptos de negocio contrastados y rentables, y cuya apuesta por este sistema de colaboración empresarial es sincera. Una pena, porque de ese modo las aguas se enturbian, y ya se sabe que a río revuelto… Son esas autoridades, ahora que tanto se habla de regeneración con la llegada de nuevos políticos, menos golfos y más pendientes de las demandas de la gente, las que deberían poner vallas: para separar a los que persiguen una relación «si ganas tú, gano yo» con sus franquiciados, de aquellos otros que sólo esperan enriquecerse a costa de vender zonas de exclusividad, y después «si te he visto, no me acuerdo».