Franquicia: estupenda si miras hacia donde debes
El efecto de la autosugestión es demoledor, nos recuerda Paul Watzlawick en su delicioso El arte de amargarse la vida. Se puede emplear para ver fantasmas, donde no los hay. Y también para autoconvencerse de que una franquicia es magnífica porque sí, y –sin preguntarse siquiera si algún franquiciado ha sobrevivido al segundo año de negocio– meter en ella los ahorros de toda una vida.
Un hombre quiere apretar un grifo que gotea, pero no tiene llave inglesa. El vecino, sí. Así que decide pedírsela. Aunque le asalta una duda: «¿Y si no quiere prestármela?… Ayer me saludó de mala gana. Quizá tenía prisa. O esa premura era un pretexto, y tiene algo contra mí… ¿Qué podrá ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza… Si me pidiese prestada alguna herramienta, se la dejaría enseguida. ¿Por qué no lo hace él? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a un buen vecino?… Personas así le hacen a uno aborrecer al resto… Y encima, seguro que se pavonea creyendo que dependo de él. ¡Qué ridículo!». El hombre se precipita al rellano, se planta ante la puerta del vecino, pulsa el timbre, y al abrir, antes de que su vecino tenga tiempo de decir siquiera «buenos días», le increpa furioso: «¡Ahí te quedas, desgraciado!».
Autosugestión
La Wikipedia define autosugestión como «proceso por el cual un individuo autodirecciona a su subconsciente para llegar a creer algo, o fijar determinadas asociaciones mentales con un propósito específico». Hablemos de ella, porque basta con haber entrevistado a media docena de franquiciados –yo llevo más de medio millar– para encontrarse con algún «elegí esta enseña porque me enamoré de su logotipo… de sus tiendas… de su concepto…». Eso sí, olvidó enseñarle el contrato de franquicia a un abogado antes de firmarlo, o el plan de negocio a un gestor antes de que fuese imposible cumplirlo. ¿Qué le podemos exigir? ¡Estaba enamorada/o!
Usted es inteligente, y sin duda capaz de identificar cómo le afectan las particularidades de su entorno. Empezando por los semáforos. Seguramente ya ha notado que tienen tendencia de permanecer en verde hasta que usted llega; momento en el que pasan de naranja a rojo. Si resiste a los influjos de su razón, que le sugiere que se encuentra tantos semáforos rojos como verdes, el éxito está garantizado.
Pronto no podrá resistir a la impresión de que los poderes ocultos hacen de las suyas. Y si no conduce, como sucedáneo, puede descubrir que su cola en el Burger King es siempre es la más lenta, o que la rampa del acceso al interior de su avión está situada siempre al otro extremo de la zona de embarque. Ahora que conoce bien los poderes misteriosos que nos dominan, su mirada se ha agudizado para advertir unas relaciones asombrosas que escapan a la inteligencia ordinaria, no adiestrada para percibir fuerzas sutiles.
Franquicia en todas partes
Se habrá fijado, por ejemplo, en la cantidad de establecimientos franquiciados que pueblan las mejores calles de su ciudad, por no hablar de los centros comerciales que visite. ¡Todo es franquicia! Lizarran por aquí, Don Piso por allá, Calzedonia por acullá. «Esto de la franquicia tiene que ser un negociazo», pensará usted. «¿Y qué si hay mucho de todo? También hay cantidad de posibles clientes. ¡No puede haber trampa; miles y miles de emprendedores no pueden estar equivocados! Sólo hay que ver las colas que salen de los Granier, o lo rico que está un yogur de Llao, Llao».
Resista a la tentación de creer a quienes se muestra escépticos; tampoco cometa el error de ir al fondo de la cuestión en un sentido práctico. Trate su futura inversión de un modo puramente reflexivo, pues toda comprobación de la realidad de la larga lista escándalos que han saltado (Vitaldent, 100 Montaditos/La Sureña, DIA, Foster’s Hollywood, Yves Rocher, Opencel…) sería contraproducente para el éxito de su metedura de pata: apostar por la franquicia equivocada.
Un día, a punto de entrar a un centro comercial, su sexto sentido le dirá: «Seguro que enseguida me topo con una franquicia». Se abren las puertas, asoma la cabeza, y efectivamente: los 5 ó 6 primeros locales a la vista son de otras tantas enseñas. De hecho, idénticas a las de otra gran superficie que visitó hace un par de semanas. Asombroso, ¿a que sí? ¡Nada, nada! Una muestra insignificante de las clarividencias que van forjando en usted la idea de que la franquicia es la piedra filosofal que convierte cualquier concepto de negocio en oro puro.
Desconfiar es de débiles
Consúltelo con amigos y conocidos. No hay método mejor para discernir a los amigos auténticos de los lobos en piel de oveja, que se mezclan en el asunto de un modo solapado. Éstos se delatarán intentando persuadirle de que sospeche de una cadena… ¡por el mero hecho de que los franquiciado no le duran ni dos Telediarios! Falsos amigos que querrán disuadirle de apostar por una enseña recién salida de la cadena de montaje de una gran consultoría. Menudo error.
Intentarán convencerle de que no es genial que dicha enseña lleve sólo un par de meses probando su concepto de negocio, y usted vaya a ser su conejillo de indias. Con ellos usted tendrá una pista, no sólo para saber quién está complicado en el complot de hundir la franquicia en España, sino para ver claro que en todo el asunto tiene que haber gato encerrado. De otro modo, ¿qué necesidad tendrían esos “amigos” de esforzarse tanto en convencerle de lo contrario? «¡Quieren mi tesoooooro!» se repetirá a sí mismo.
Total, ¿qué importa que haya visto que en su barrio se han abierto y cerrado hasta tres Equivalenza en menos de cuatro años? ¿O qué donde había un FunFit ahora vaya a abrir un Century 21, que precederá a otra franquicia el año que viene? Minucias. Según la Asociación Española de Franquiciadores se abren cada año miles y miles de establecimientos franquiciados. Aunque también se cierran unos cuantos –si bien este dato no lo recogen, ni lo presentan a la prensa–, porque sino moriríamos por aplastamiento.
Busque una marca o un consultor serios
En resumen. Quiere un negocio y la franquicia tiene la llave, así que se deja de averiguaciones (hablar con franquiciados que lleven un tiempo en la red, para conocer su relación con la central; verificar la información precontractual, si la entregan…) y pasa directamente al precipitarse, firmar cualquier cosa, malgastar el dinero y quedarse con ganas de gritar furioso –algo que su abogado le desaconsejará, porque para eso firmó usted “cualquier cosa”–: «¡Ahí te quedas, desgraciado!».
(Nota del autor: con en fin de evitar que la AEF me mande a sus abogados por maltratar la franquicia española, desde ya declaro que me gusta como sistema de colaboración empresarial; que le reconozco un brillante pasado, le veo un estupendo presente y le auguro un gran futuro. Siempre, claro está, que logremos desterrar a tanto vago y maleante como campa a sus anchas por el sector).