La franquicia y la confianza: sólidas como la piedra
En su Paradojas del Dinero, el Nobel de Economía Milton Friedman relata el curioso sistema monetario de los antiguos pobladores de Uap (en la Micronesia): al no haber yacimientos en la isla, recurrieron a una piedra que, labrada, era una representación tan auténtica del trabajo humano como nuestro dinero.
De hecho, se trataba de unas ruedas de piedra grandes, gruesas y macizas, con un agujero que permitía insertar un palo para su transporte. Se hacían de una caliza de otra isla, a 400 millas de distancia, transportadas a Uap, una vez labradas, en las canoas de osados navegantes nativos.
Lo llamaban fei, y no tenía por qué hallarse en poder de su propietario: cuando una operación implicaba tener que mover una cantidad excesiva, el nuevo dueño se contentaba con la mera declaración de cesión, quedando las monedas en el recinto de su antiguo propietario.
De hecho, residía en la isla una familia cuya riqueza indiscutible no había sido tocada por nadie, ni siquiera por ellos. Consistía en un fei enorme, cuyo tamaño se sabía sólo por tradición, ya que hacía muchos años que una fuerte tormenta obligó a cortar las amarras de la balsa sobre la que era transportada por un antepasado, y la piedra se hundió.
Al llegar a la aldea, todos atestiguaron que era de proporciones magníficas y admitieron de buena fe que un mero naufragio carecía de importancia, y que unos cientos de pies de profundidad no perjudicaban su valor…
Confianza, buena fe… Valores de los que vamos se habla mucho en el mundo de la franquicia. No en vano son la base sine qua non –los contratos valen, pero no bastan– de un sistema de colaboración entre empresarios independientes que, no se nos olvide nunca, es voluntario.
Ningún papel, por legal que sea, podrá lograr que se entiendan dos seres humanos que no deseen hacerlo. Ahora bien… ¿aceptarían las partes cobrar en piedras?